La infelicidad es un simple curso estanco
subordinado del ser humano y totalmente inconsciente. Algo aritméticamente
involuntario de su caudal extremo de sentimientos encontrados. Se podría decir
que somos infelices porque no somos felices, (¡qué obviedad!) cuando realmente somos infelices
porque estamos total y absolutamente desamparados de una parte de nuestro "yo-entrópico" más sórdido. El del ego, el apego… la necesidad… Eso, hace de la infelicidad
una firme constante humanística. O dicho de otra manera, vivimos vidas ajenas
como propias. No somos todo aquello que queremos, o soñamos… o, deseamos ser…
somos sólo lo que somos, De ahí, la infelicidad. La tribulación de mi
desventura dejó de perseguirme el día que hice de mi virtud un referente. Y no fue
mi integridad quien me llevo a desapegarme de un sentido ridículo del honor sin
sentido, ni fue el “sentido” de la justicia quien fracturó la estructura de mi
ego para siempre; quizás… fuera la “necesidad” de moral la que me dejo una “sacudida”
de placidez en medio de la emoción de mi conciencia de austeridad. La autentica
Conciencia la fui llenando mucho más tarde. Cuando intuí o acerté por
casualidad a vislumbrar que la parvedad e incluso, la insuficiencia de buena
parte de determinadas “esencias” materiales e inmateriales que carecen de todo lugar
en la vida si se piensan con cierto sosiego. Esa es la “infelicidad” de lo
prosaico… Trivialidades que se juzgan tan precisas. Poder predecir o tal vez,
intuir, pequeñas vaguedades en el tejido simétrico de los demás nos lleva a un
lugar alejado del espacio-tiempo que compartimos en segundos. Las
imperfecciones de la materia crean una suerte de miniagujeros negros de
compasión diminutos que evaporan la realidad ilusoria. Y no soy un tratante de
ganado merino que mezclo con churras, la verdad es poliédrica es simple mente.
Somos eternidad.
Nací español, masón, cristianizado a llanto
fijo y prefijado. Militar y acémila, sepianacionalista, y clasista al modo que
una mortífera raya. E infeliz. Ahora soy otra cosa diferente después de haber
perdido las necesidades de la sociedad diluidas en mis ideas, y filtrado por El
Sistema. Porque El Sistema es infeliz. Hace infelices a mis iguales, a mis
hermanos… a esos conciudadanos que realmente no me interesan ni lo más mínimo…
que son carne para la picadora. Pero algunas veces, hay que detenerse y mirar
el conjunto de todos los hombres y mujeres para ser ese vórtice de la otra
humanidad. Realmente La Gran Humanidad que nos espera donde tal vez entendamos
lo que somos y aquello que representamos en éste Universo. La tristeza, el
ahogo cotidiano y la desesperación deberíamos eliminarla del gran puzzle de la
vida. Todos esos sinsentidos que mandan entre aquellos tangibles de los que
escapar es tan absolutamente imposible. No precisamos de la inteligencia para
ello, ni es un ejercicio de memoria aparente… Pensemos. Detengámonos un
momento. Escrutemos nuestro yo pasado y nuestro yo presente. En igualdad de
condiciones todo debería cuadrar. Ese algo que se escapa es la felicidad. La X
incomprensible. Somos culpables, y verdugos. Nacemos, vivimos, y morimos…
básicamente. Dejemos de escuchar la cháchara de lo más insustancial.
Encadenemos piezas. El Libre Albedrío sólo es la base de la pirámide… la altura
es la Conciencia… y no subdividamos la humanidad en diminutivo entre amantes de
los perros y de los gatos, como entre amantes de las esferas y de las formas regulares,
más o menos, e isósceles. Infelicidad, es no poder acceder a la respuesta
precisa, pero el empeño en ello… no es tal cosa, es dejarse arrastrar por la
peor necedad posible. Si Dios te ha hablado no dejes de escuchar el eco de su
resonancia en el campo del vacío.